Las dulces manos de Agatha, tocaban las delicadas cuerdas del violín, al ritmo de su increíble interpretación. Ese violín que le dio su abuelo, antes de partir hacia una muerte segura en el frente oriental. En ese lugar, todos vestían de forma elegante y ostentosa. Esa noche, en su presentación en parís, logro cautivar a todos los asistentes, sin embargo, ella no lo disfrutaba como era usual, ya no podía. Su cabeza estaba llena de remordimientos, qué durante un tiempo, sólo se pudieron apaciguar al momento de recrearse con su instrumento. Ya no aguantaba más. Ella era feliz con Anton. Todo apuntaba a que pudieron haber sido una feliz pareja alemana, sin preocupaciones y sin descendencia. Mas, aparentemente, para ella, los hombres no podían renunciar a sus necesidades más básicas. Si alguna señorita se les insinuaba, ellos no desperdiciarían la oportunidad. Esto lo aprendió, justo después de que Anton, se acostará con otra. La chica se llamaba Doreen. Era polaca y florista. Agat...